El antiquísimo reconocimiento en la Corona de Castilla de la hidalguía de las familias originarias de Guipúzcoa y Vizcaya es tema poco conocido para la mayoría de los españoles de hoy, si exceptuamos las grotescas reminiscencias de aquella realidad en la popular película de cine «Ocho apellidos vascos».
Pocos saben, en efecto, que desde el siglo XVI existió, ya plenamente desarrollada, una presunción universal de hidalguía de guipuzcoanos y vizcaínos. Por ella, todos los solares o caseríos de estas tierras eran nobles y, por ende, lo eran también los descendientes de aquellos, independientemente de su nivel social. Es lo que el P. Manuel Larramendi llamó en el siglo XVIII el igualitarismo vasco, que no deja de ser un profundo sentido de la universalidad basada en el respeto de los fueros de la personalidad humana, como escribió el ilustre genealogista Juan Carlos de Guerra.