Los verdaderos profetas nunca fueron cómodos para las sociedades a las que pertenecieron. Más, pese al escozor que provocaron, no puede cuestionarse el amor a su pueblo ni la vocación de servicio y la clarividencia con la que ejercieron su misión.
Personalmente tengo al escritor Juan Manuel de Prada, a quien trato de seguir puntualmente en cuanto publica, por una especie de profeta en este tiempo confuso de la posmodernidad. Y por un profeta, además, cuyo dominio de la palabra escrita es sobresaliente, lo que convierte la lectura de cualquiera de sus obras en un verdadero goce literario y en un útil ejercicio de aprendizaje del lenguaje.
Acabo de confirmarlo una vez más con la lectura de su último libro de ensayo, Dinero, demogresca y otros podemonios (*), en el que, como hizo anteriormente en sus libros Nadando contracorriente y La nueva tiranía, De Prada compila, reordena y completa sus denuncias más recientes en la prensa escrita sobre las diferentes gangrenas que corrompen nuestra época.
Y lo hace, nuevamente, abundando en la crítica razonada y culta del mundo moderno, profundizando en las raíces de los problemas de todo tipo que aquejan al hombre de aquí y ahora, sin la más mínima concesión a lo políticamente correcto o a los convencionalismos. Con una libertad y una sinceridad admirables -aunque solo sea por lo poco comunes que hoy resultan- a través de las cuales expresa la añoranza del hombre con raíces espirituales y vínculos comunitarios, del hombre no manipulable por la nueva tiranía de nuestro tiempo: la letal alianza entre la partitocracia y el poder del dinero.
Pero De Prada no es en Dinero, demogresca y otros podemonios solamente un afilado y sagaz observador de los fenómenos sociales y políticos del tiempo. Su faceta más personal y entrañable –recogida en el capítulo Nosotros mismos del libro- mueve también los resortes más íntimos del lector.
O al menos eso me ha ocurrido a mí con los recuerdos de su abuelo, el relato del enamoramiento de su mujer o sus reflexiones sobre eso que el mundo llama éxito. Y, cómo no, con la emocionante glosa –ya en las últimas páginas- de las humillaciones sufridas por San Juan de la Cruz que nos hacen contemplar las propias humillaciones como ocasiones en las que nuestro espíritu se hace más fuerte, más limpio, más ardiente, más apasionado e intrépido, más dispuesto a brindar sus mejores frutos.
Jaime Urcelay
Publicado en http://www.profesionalesetica.org/2015/06/literatura-a-contracorriente-una-reflexion-de-jaime-urcelay/
(*) Temas de Hoy, Editorial Planeta, 2015. 265 páginas.
Estimado Jaime, suscribo cada una de tus palabras. Tenemos en Juan Manuel de Prada a uno de los pocos, si no el único, intelectual y escritor que no se achica en defender abiertamente las verdades de la fe católica, apostólica y romana, blandiendo la espada de su palabra contra la mentira, la herejía y los hilos conductores del mal. Por ello, ante la estulticia predominante en el hombre de nuestros días, que vomita su ira y su odio ante quienes defienden la Verdad, por ello, digo, JM De Prada debe sentirse profundamente orgulloso. Y nosotros de el.
Saludos cordiales,
Juan Pablo L. Torrillas
Me gustaMe gusta
Muchísimas gracias, Juan Pablo.
Un abrazo.
Me gustaMe gusta