Por mucho que quisiera, no creo que a estas alturas pueda ser capaz de escribir algo juicioso sobre la Odisea (*) que aporte la más mínima novedad. Pero alguien decía que la lectura de una obra literaria es una experiencia personalísima que, además, repetida en el tiempo, puede ser completamente distinta según los diferentes momentos o etapas vitales de cada uno.
Esa impresión la verificamos especialmente en los clásicos, en esas obras inmortales que lo son precisamente por este motivo, entre otros. Personalmente doy fe de ello y algo de eso es lo que ahora quiero compartir, brevemente, respecto a una obra tan archiconocida e interiorizada en nuestra mejor cultura: Odisea, el relato homérico original del regreso del héroe Ulises a su patria y hogar de Ítaca, tras tomar parte en la Guerra de Troya.
En efecto, la Odisea ha querido sorprenderme otra vez por la facilidad con la que se lee, pese a su antigüedad y la constante aparición de nombres propios; por su actualísima amenidad. Y, sobre todo, por la emoción que es capaz de provocar no solo a través de los hechos y las palabras de Ulises, Penélope o Telémaco, sino también, por ejemplo, a través de un personaje secundario como es Eumeo, el egregio porquero, que tanto me ha llamado la atención.
Otra vez he caído rendido, en fin, a la sabiduría intemporal de la civilización griega y a ese sentido épico de la existencia humana que Homero convierte en paradigma, tanto aquí como en la Ilíada.
Entre aventuras llenas de imaginación, sufrimientos y ardides, sorprendentes intervenciones de los dioses, y una forma literaria cargada de evocación y poesía -la adjetivación es, por ejemplo, sencillamente maravillosa y su reiteración nada cansa-, he leído la Odisea esta vez como una invitación personal a la vida digna y virtuosa.
Es, sí, una llamada en toda regla a admirar y abrazar cada una de las virtudes cardinales –prudencia, justicia, fortaleza y templanza- y todo aquello que forma parte de su declinación: la fidelidad y la lealtad, la religiosidad, la piedad hacia la estirpe familiar y la tierra, la perseverancia en las dificultades, la magnanimidad, el valor y el coraje, la amistad y la hospitalidad, el sentido de la muerte, el vencimiento de si, la prudencia como inteligencia práctica…
La enumeración de las virtudes tan bellamente ejemplificadas en la Odisea sería casi inacabable, pero bien pueden resumirse en lo que el héroe Ulises Laertíada dice a uno de los galanes, el discreto Medonte, ya casi al final de la epopeya:
(…) que sepas por ti y a los otros enseñes que en mucho se aventaja obrar bien a obrar mal (Canto XXII).
Jaime Urcelay
(*) He utilizado la magnífica edición de la Biblioteca Clásica Gredos, RBA Coleccionables, Madrid, 2015, 450 págs.
Ver también en este blog «Viaje a Ítaca», una estimulante metáfora de la vida.
Muchas gracias Jaime. Con un comentario así, no queda mas remedio q hacerle un hueco al libro en la lista próximas lecturas.
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Muchas gracias a tí, Marisa. Un honor encontrarte por estos «parajes». Ojalá te animes con la Odisea; ¡es una gozada de libro!
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