¿Existió en Poza de la Sal la soprendente y desaparecida costumbre de «la Covada»?

Conjuradero2Empezaré por aclarar en qué consiste «la Covada», que es cosa poco conocida. A más de uno, además, va a sorprenderle.

Como explica Jaime L. Valdivielso en un artículo de síntesis de las investigaciones sobre el tema (1), se trata de un rito o acto de público reconocimiento de la paternidad que se practicó entre algunos pueblos de la antigüedad. Consistía fundamentalmente en que, tras el parto, y mientras la mujer parturienta volvía a sus labores y quehaceres domésticos habituales, el marido se metía en la cama simulando los dolores del parto y recibiendo los cuidados y atenciones que debían haberle proporcionado y ofrecido a la madre.

¿Curioso, no? Pues para mayor asombro resulta que esta costumbre ancestral se ha localizado en culturas completamente alejadas entre sí: melanesios, malayos, Asia Menor, cántabros y vascos, Córcega… El historiador romano Estrabón refiere este rito a los íberos (“Las mujeres, después de haber dado a luz, «cuidan» a los maridos, que se acuestan en lugar de ellas”) y, de acuerdo con los que han abordado el tema, los maragatos y los mallorquines la han practicado hasta el principio del siglo XX…

No es difícil imaginar lo mucho que se ha especulado con el significado de este rito de «la Covada», para nosotros tan chocante. Valdivielso se queda con la idea de que es una manifestación de la función paterna en la generación de los hijos, así como de los derechos del padre sobre el hijo recién nacido. En este sentido, dice, parece que pudiera haber sido introducida con el fin de restaurar o afianzar la institución patriarcal en pueblos muy enraizados en el matriarcado.

Y aquí viene otra sorpresa: leyendo el referido trabajo me encuentro con que hay datos de que la costumbre de la covada existió en Poza de la Sal (Burgos) donde, al igual que en el Valle del Pas, sobrevivió durante más tiempo que en alguna otra zona situada entre el norte de Burgos y Cantabria en la que también habría existido. Esta persistencia sería debida, según sostiene, a que Poza era un “foco de costumbrismo típico ancestral caracterizado por el apego de sus gentes a la herencia cultural”.

Ante semejante noticia, acudí de inmediato a la referencia ineludible: el libro de Feliciano Martínez Archaga “Poza de la Sal y los pozanos en la Historia de España” (2), en el que el buen párroco fue capaz de recopilar (casi habría que decir “de descubrir”) prácticamente todo lo que sabemos de Poza y su historia. Y, en efecto, la “pista” estaba en una de esas increíbles notas a pie de página, de letra mínima, que hacen de su libro un tesoro inagotable.

En uno de sus primeros capítulos Don Feliciano se refiere al proceso de romanización de Poza y a cómo, pese a la asunción de la nueva cultura, persistieron -como bien sabemos por los restos arqueológicos del Cerro del Milagro y la necrópolis de La Vieja- las expresiones culturales autóctonas por el apego de la población aborigen a lo propio. Y afirma en su nota a pie de página: “Recordamos, por lo que tiene de chocante para el lector sencillo, La Covada, que algunos creen pervivió en estas latitudes contra viento y marea, y como muestra de adhesión a lo heredado, hasta los últimos tiempos”.

Quede aquí por ahora la cuestión de «la Covada» en Poza que, como tantas cosas concernientes a nuestras raíces, pide a voces un estudio más profundo.

Jaime Urcelay

(1) «Dos costumbres muy antiguas: el relinchido y la covada», Revista de Folklore nº 293, Fundación Joaquín Díaz, Caja España, 2005, págs. 162-166.
(2) Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2009 (2ª edición).

(3) Idem. pág. 25, nota 4.

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