¿Liderazgo? Personas, sólo las personas, siempre las personas

jim_caviezel_person_of_interest22Liderazgo es la palabra clave que sintetiza una nueva y prometedora era en la dirección de las organizaciones.

La afirmación tiene ya algunos años pero el tiempo no ha venido sino a confirmar su acierto.  Y esto, como pretendo argumentar a continuación, no es precisamente por casualidad.

Parafraseando a Peters y Waterman, autores de uno de los libros que más han influido en el todavía reciente cambio de mentalidad sobre las organizaciones y el liderazgo (1), podríamos decir que los principios del nuevo liderazgo no funcionan porque sí. Funcionan porque son extraordinariamente razonables, al responder a las necesidades más profundas de centenares de millares de personas, (…) y su éxito refleja una sólida base teórica, que no es nueva ni está sin contrastar, que ha acompañado al hombre desde siempre, pero que, en general, ha sido ignorada por los directivos y los especialistas en técnicas de gestión.

A pesar de la nueva ola de lo virtual y de la aceleración del cambio, algo va a permanecer siempre inalterable en todas las comunidades y organizaciones humanas: las personas. Las organizaciones son las personas. Personas, personas y nada más que personas. Y cuando hablamos de personas, debemos entenderlas como personas enteras, ni mutiladas ni unidimensionales. El hombre es cuerpo y espíritu, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad. Una realidad especialmente importante sobre la que las recientes aportaciones de Daniel Goleman y su propuesta de la Inteligencia Emocional, que tanto éxito ha conocido, nos ha permitido volver en las organizaciones empresariales, acostumbradas, en demasiados casos, a un empobrecedor reduccionismo antropológico de sus directivos, mandos intermedios y trabajadores.

Todo lo anterior pueden parecer obviedades, pero la primacía de la persona considerada en la totalidad de sus dimensiones es el primer y más importante principio para entender por qué es necesario el liderazgo y cuál es modelo que verdaderamente tiene sentido y funciona. Y es precisamente por el olvido de esta obviedad, lo que ocurre con mucha más frecuencia de lo que pudiera pensarse, por lo que muchas organizaciones, que disponen de potentes y sofisticados recursos, no funcionan o lo hacen rematadamente mal.

Toda organización, o en sentido más amplio, toda formación social, está compuesta por personas que se unen, por unas u otras vías y a partir siempre de la solidaridad radical del ser humano, para superar sus limitaciones como individuos. El hombre necesita de la asociación con los demás para conseguir fines que, en cuanto compartidos, podemos llamar bien común.

Ahora bien: la concreción de esos fines generales y el impulso y la coordinación de todos los esfuerzos en el sentido elegido, requiere siempre de un elemento rector, de una instancia dirigente o, si se prefiere, de una autoridad en sentido amplio, que, actúa de manera subordinada al grupo y converge con éste en su misión, bien común o razón de ser.

Fundamentos

Este enfoque subraya lo que entendemos son los fundamentos más esenciales y las verdaderas raíces del modelo de liderazgo que, con los autores más autorizados, estoy proponiendo:

– La primacía finalista, en cualquier organización o grupo humano, de la persona, basada en la permanente, absoluta y singular dignidad del hombre y la mujer, superior a todo lo visible y, para los creyentes, imagen y semejanza de Dios. Esta dignidad absoluta hace a la persona anterior a cualquier grupo y, como recuerda Guido Stein, sólo y únicamente por esta razón es el activo más importante de cualquier organización.

– La consideración instrumental, aunque capital para la vida asociada, del elemento rector, del líder, que no deja de ser un medio ordenado a un fin. Como escribe José Luis Gutiérrez, no es el hombre para la autoridad, sino la autoridad para el hombre. (…) Servir a los socios y no servirse de los socios es el criterio deontológico supremo, primario, de toda autoridad. (…) No es dueña, sino sierva de los asociados. (…) La razón de ser de la autoridad es única y exclusivamente el bien común, a cuyo logro debe consagrarse por entero y con limpieza moral.

– Trabajadores y directivos, voluntarios y dirigentes, seguidores y líderes, gobernados y gobernantes, subordinados y jefes, entrenadores y entrenados, militantes y cuadros, facilitadores y colaboradores…, o como quiera expresarse, son los protagonistas, los actores principales, en los que se basa la dinámica operativa de cualquier grupo u organización.

Unos y otros tienen que orientar su quehacer hacia la misión de la comunidad humana a la que pertenecen pero sin abdicar de su propia tarea y sin renunciar a su originaria prioridad. La misión no es una invención o un patrimonio del líder sino que tiene su origen y obliga, escribe Gutiérrez, también a todos los miembros (…) del cuerpo social. Todos ellos tienen que contribuir, con su esfuerzo y aportación, al logro de los fines sociales. No son meros receptores o beneficiarios puros. Son creadores también de aquello que reciben.

Por todo lo anterior, la relación entre el líder y los miembros del grupo se debe regir por dos principios capitales: el de subsidiariedad, que hace que el líder tan sólo deba ocuparse de aquello que sus colaboradores no son capaces de hacer por sí mismos, y el complementario de la participación que obliga y faculta a todos -cada uno en su área de responsabilidad- a aportar su cuota personal de esfuerzo, de creatividad, en el resultado conjunto. La participación no deja de ser vehículo del ejercicio de la libertad y la responsabilidad humanas, que no pueden ser suplantadas por un malentendido paternalismo de los líderes ni, con mayor razón, por su despotismo.

Conclusión

Con estas coordenadas, creo que cobra plenitud de sentido el nuevo liderazgo al que hoy se apunta. Lejos de ser una receta técnica para que las organizaciones obtengan resultados, encierra y refleja toda una concepción de lo que son las personas y las organizaciones, basada en la realidad del hombre y de sus necesidades. Ahí está precisamente su verdad y toda la potencialidad transformadora que están obteniendo las organizaciones que, muchas veces sin pararse a pensar en ello, están ya viviendo este tipo de liderazgo.

 

Jaime Urcelay

 

(1) «En busca de la excelencia. Lecciones de las empresas mejor gestionadas de los Estados Unidos», Ediciones Folio, Barcelona, 1984.

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