
Un debate habitual en los talleres y cursos sobre liderazgo, a los que me dedico profesionalmente, es el del carisma. No suele fallar. Para ser líder, defienden en seguida algunos, hay que ser una persona carismática.
Los problemas empiezan cuando juntos tratamos de explorar en qué consiste el famoso carisma y, más allá de eso, si se trata de una característica innata o adquirida. El asunto entra en un terreno algo enigmático. La división de opiniones está garantizada.
Si, además, en la conversación participa gente de fe que reconoce la acción sobrenatural de Dios en el mundo -en este caso, concediendo un don gratuito a algunas personas en beneficio de la comunidad-, la cosa se complica no poco, al introducirnos en una dimensión que, siendo fundamental para comprender la realidad completa del ser humano, demanda de nosotros la apertura al Misterio.
Algunas conclusiones sobre el carisma
El tema es muy amplio. Pero limitándome ahora al plano natural y partiendo de que, como expresa la RAE, el carisma es la especial capacidad de algunas personas para atraer o fascinar, la experiencia de esos debates, en los que siempre se aprende tanto, me ha llevado a tres conclusiones principales.
Primera, que, efectivamente, el carisma es una característica que suele identificarse -o intuirse- en una parte de aquellos a los que reconocemos como líderes. Pero sin que el hecho de contar con ese atributo presuponga un liderazgo positivo, es decir, orientado al servicio de los liderados, utilizando medios acordes con lo que la dignidad humana exige en cualquier circunstancia. Dicho claramente: el carisma personal no pocas veces se aprovecha para manipular y destruir, como ocurre con muchos de los líderes sectarios o falsos líderes. Otras veces, por contra, el carisma impulsa a quienes lo poseen a poner las capacidades propias al servicio de otros, promoviendo su crecimiento integral. Este es, naturalmente, el sentido más noble y deseable del liderazgo.
Segunda conclusión. El carisma puede tener una base temperamental -o sea, innata- más o menos importante. Conozco casos clarísimos en que se trata de un rasgo recibido y muy marcado, desde siempre. Pero atención: puede también desarrollarse a través de determinados hábitos de conducta, que se adquieren por el esfuerzo. Es decir, el carisma puede convertirse en un atributo del carácter. Personas poco dotadas por la naturaleza llegan a tener un atractivo especial y único para otros, logrando influencia en ellos, sin necesidad de ostentar poder. La clave es su ejemplaridad. También tengo el privilegio de conocer a bastantes.
Y tercera conclusión. Eso que llamamos carisma -recuerdo, en un plano natural- tiene mucho que ver con la comunicación interpersonal, la empatía y ese tipo de inteligencia que ahora se conoce como emocional o social. O por utilizar una expresión muy arraigada en la sabiduría común, el carisma está estrechamente vinculado al don de gentes.
«Procura actuar así»
Ando precisamente estas semanas impartiendo un curso online de liderazgo o, más bien, intentando terminar de descubrir, a través del diálogo con unos alumnos interesantísimos, en qué consiste de verdad el liderazgo, esa palabra tan escurridiza y, a la vez, tan llena de promesas de bien y verdad. Una tarea en la que llevo bastante tiempo empeñado…
Cómo no, ya en la primera clase una alumna suscitó el tema de las personas carismáticas, lo que nos ha permitido, a través de un foro posterior en red, abrir una conversación que ha resultado preciosa.
Y estaba yo tratando de ordenar mis ideas al respecto y de traducirlas en orientaciones prácticas, tal y como he tratado de exponer al principio de esta entrada, cuando, providencialmente y mientras revisaba algunos de los papeles personales que mi buen padre dejó cuando arribó al definitivo puerto, he encontrado una vieja tarjeta mecanografiada por él, que no ha podido resultarme más luminosa.

Lleva por título Procura actuar así, está fechada en Cartagena el 2 de octubre de 1979, y este es su texto completo:
- No critiques, no condenes, ni te quejes. Sonríe.
- Interésate sinceramente por los demás. Demuestra aprecio honrado.
- Recuerda que para toda persona, su nombre es el sonido más dulce e importante en cualquier idioma.
- Se un buen oyente. Anima a los demás a que hablen de sí mismos.
- Haz que la otra persona se sienta importante y hazlo sinceramente.
- Habla siempre de lo que interesa a los demás.
- Demuestra respeto por las opiniones ajenas. Jamás digas directamente a una persona que está equivocada (permítele que salve su prestigio).
- Si estás equivocado, admítelo rápida y enfáticamente.
- Trata honradamente de ver las cosas desde el punto de vista de la otra persona.
El camino para el aprendizaje del carisma y el don de gentes
Desconozco si estos consejos son originales de mi padre o si los transcribió de uno o varios sitios. O a medias. Pero sí tengo claras dos cosas:
En primer lugar, que él practicaba con fidelidad esas pautas de conducta y, no por casualidad, cuantos le trataron subrayaban de él -unánimemente y además de su inusual rectitud moral- un sobresaliente don de gentes. Lo dice un hijo que siempre estuvo muy orgulloso de su padre y que disfrutó y admiró, en primera línea, esa atractiva manera de ser que, junto con otras cualidades, hacían de él una persona extraordinaria a nuestros ojos.
En segundo lugar, se trata de pautas muy sencillas y específicas, pero a la vez muy poderosas. Son reglas que de verdad funcionan. Y la mejor noticia: pueden ser aplicadas, una a una, por cualquiera que se proponga seriamente convertirlas en hábitos. Como posibles apoyos para esa labor, recomiendo la herramienta de PNL a la que me referí en La matriz consciencia-competencia, una herramienta útil para el aprendizaje y el desarrollo en las organizaciones, así como el enfoque reflejado en ¿Productividad personal? Esta estrategia sí funciona.
Los nueve consejos que mi padre dejó escritos son, en fin, un camino práctico y concreto para crecer personalmente en el don de gentes -definitivamente, me gusta más esta expresión- y, con él, en el ejercicio cotidiano de un liderazgo efectivo, allí donde nos corresponda. Un liderazgo que, en realidad, es un desafío apasionante que está bastante más al alcance de todos de lo que sospechamos…
Jaime Urcelay