Liderazgo es una palabra casi mágica con la que solemos sintetizar la solución de aspiraciones o necesidades básicas de cualquier grupo humano: orientación e inspiración, motivación y energía, cohesión, desarrollo, rendimiento…
Es bien sabido, además, que son distintos el liderazgo -en cierto sentido, la autoritas romana- y el poder formal -la potestas-, aunque puedan coincidir en una misma persona. Y que uno y otro no consiguen lo mismo de las personas, ni mucho menos…
Por eso se investiga tanto sobre el liderazgo y por el mismo motivo las organizaciones de todo tipo invierten en la búsqueda y desarrollo de quiénes pueden aportar valor a través de aquel.
Son muchas las dimensiones de esta amplísima cuestión, de las que ahora quiero abordar una muy nuclear. Me refiero a la delgada línea que a veces separa el liderazgo de la manipulación. Es un asunto importante y delicado que pone mucho en juego, en las empresas y en cualquier otro ámbito.
Liderazgo y manipulación: necesidad de la perspectiva ética
¿Cómo diferenciar el deseable liderazgo de la destructiva y frustrante manipulación?
Para contestar hay que tomar como punto de partida algo en lo que no debiera ser difícil ponernos de acuerdo: en cualquier proceso de interacción e influencia entre seres humanos el bien fundamental a preservar es la dignidad de las personas. En consecuencia, para diferenciar los procesos de liderazgo de los procesos de manipulación, la perspectiva tiene que ser necesariamente ética.
Con esta premisa y resumiendo el aprendizaje de bastantes debates en los talleres de liderazgo que he impartido, creo que el análisis se puede desdoblar en dos dimensiones: los fines y los medios en uno y otro proceso. Muy esquemáticamente he recogido las conclusiones en el siguiente gráfico:
En definitiva y para hacerlo aun más fácil: la clave de este asunto es aclarar si en el proceso de interacción e influencia la pesona es considerada sujeto, con todas sus consecuencias, o un mero objeto. Por eso el liderazgo que no es un servicio sincero al bien común y a los liderados, fácilmente se convertirá en manipulación.
Jaime Urcelay
(Publicado en el blog de TantoQuanto, Consultoría de Liderazgo y Estrategia).
El filósofo Alisdair Macintyre escribió algo interesante sobre este asunto:
«La diferencia entre una relaciónhumana que no esté informada por la moral y otra que sí lo esté, es precisamente la diferencia entre una relación en la cual cada persona trata a la otra como un medio para sus fines primariamente, y otra en la que cada uno trata al otro como un fin en sí mismo. Tratar a cualquiera como fin en sí mismo es ofrecerlo lo que yo estimo buenas razones para actuar de una forma más que de otra, pero dejándole evaluar esas razones. Es no querer influir en otro excepto por razones que el otro juzgue buenas. Es apelar a criterios impersonales de validez que cada agente racional debe someter a su propio juicio. Por contra, tratar a alguien como un medio es intentar hacer de él o de ella un instrumento para mis propósitos aduciendo cualquier influencia o consideración que resulte de hecho eficaz en esta o aquella ocasión. Las generalizaciones de la sociología y la psicología de la persuasión son lo que necesitaré para conducirme, no las reglas de la racionalidad normativa» (‘Tras la virtud’, pág. 41).
Saludos.
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Muchas gracias por tu aportación, Marcelo. En efecto, esa cita de Macintyre es muy interesante y ayuda a profundizar en la que quiere ser idea central del artículo. Un cordial saludo.
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