Mis lecturas. «Romano Guardini, maestro de vida», de Alfonso López Quintás

He frecuentado bastante a lo largo de mi vida a Romano Guardini (1885-1968), aunque probablemente con poca profundidad. A él tengo dedicada una de esas estanterías especiales de la biblioteca, que en mi significa algo así como una marca de predilección y aviso de que tengo que volver a beber de esa fuente. En esto, Guardini es vecino físico de otro de mis manantiales de siempre, Manuel García Morente, como él buscador incansable de la verdad aunque por caminos algo diferentes.

Aun recuerdo cómo me marcó personalmente hace bastantes años el librito de Guardini «Las etapas de la vida. Su importancia para la ética y la pedagogía» (1). Tras descubrirlo compré un buen lote de ejemplares y se convirtió en regalo obligado para la gente que entonces me rodeaba… Una manía personal que se ha repetido con otros libros y que ahora acaparan Natalia Sanmartin y «El despertar de la señorita Prim».

Viene este preámbulo a cuento de la finalización ahora de una nueva lectura, más sosegada y madura,  de «Romano Guardini, maestro de vida», de Alfonso López Quintás (2), que ha supuesto una nueva verificación de que el maestro italo-alemán es una verdadera mina intelectual, espiritual, ética… ¡existencial! para nuestro tiempo. Un tiempo  en el que se reproducen, aun con más intensidad y complejidad si cabe, algunas de las realidades de entreguerras que despertaron y nutrieron la impresionante vocación pastoral y docente del que fuera, además de entregado sacerdote, catedrático en las Universidades de Berlín (1923-1939) y Munich (1948-1962).

Y nadie mejor que mi admirado Alfonso López Quintás, discípulo directo y gran estudioso de Guardini,  para servir de guía al lector en español en el recorrido por su personalidad y sus numerosísimos escritos. Así lo demuestra sobradamente en esta completísima y profunda biografía intelectual de quien impulsó y dirigió, en una de sus etapas, los todavía hoy sugerentes Movimiento Juvenil Quickborn y los encuentros en el Castillo Rothenfels.

Romano Guardini con jóvenes del movimiento Quickborn. Dar fundamento a la formación del espíritu de los jóvenes fue una de sus preocupaciones fundamentales.

Muchos y muy centrales son los temas que plantea Guardini y que López Quintás va proponiendo y glosando a lo largo de las más de 400 páginas del libro, denso pero sistemático, claro y asequible. Cualquiera de ellos da para dedicarse a fondo y emprender caminos intelectuales y existenciales con un prometedor recorrido, en el que la constante habrá de ser esa integración de realidad y Misterio y, en definitiva, el encuentro personalísimo con el Señor como plenitud de vida, que constituyen la seña de identidad de toda la obra guardiniana.

Guardini y su método de acercamiento a la literatura

Me quedo ahora aquí solo con una idea, no precisamente de las más esenciales del pensamiento de Guardini, aunque no deja de estar conectada con lo más central de sus reflexiones.

Ya en las últimas páginas del libro, López Quintás da cuenta de cómo Guardini entendía su método de interpretación de los grandes genios de la literatura a los que, como una de las vertientes de su obra, se dedicó de manera preferente: Dante, Hölderdin, Mörike, Dostoievski, Raabe, Rilke. Algo que me ha recordado a una reciente sensación de «interpelación personal» en la segunda lectura de «El despertar de la señorita Prim» y en la de tantas otras novelas, y, de modo particular, en las de mi autora predilecta, Susanna Tamaro.

Explica López Quintás que sus interpretaciones de esos grandes genios de la literatura -como hizo también con otros del pensamiento teológico y filosófico- no respondían a un afán erudito sino al de entrar en contacto vivo, en una época espiritualmente descolorida, con los problemas eternos que debatieron esos colosos de la cultura humana.

Por eso, sigue López Quintás, «una y otra vez, Guardini invita al oyente y al lector a interpretar de por sí los textos y leerlos de forma genética, como si los estuvieran gestando ellos mismos. (…) La verdad y el bien debemos buscarlos cada uno con nuestro propio esfuerzo, al modo propugnado con Sócrates. El estudio de otros autores debe servirnos para incentivas nuestra propia búsqueda personal. Si leemos de forma creativa, con impulso personal, cada texto adquiere en cada momento un carácter de originalidad, de auténtica novedad. Lograr esta novedad -concluye, citando literalmente a Guardini- es la tarea más noble de la interpretación» (pág. 380).

Queda bien anotado el desafío.

Jaime Urcelay

(1) Ediciones Palabra, Madrid, 2000. 160 páginas.

(2) Ediciones Palabra, Madrid, 1998. 416 páginas.

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