La novela Patria (*), del escritor donostiarra Fernando Aramburu, se ha convertido en el fenómeno literario del año y quizá de la década; los elogios son unánimes.
Reconozco que me motivan poco tales consensos generales. Cuántas veces son solo el resultado de formidables campañas publicitarias. Pero ahora puedo hablar desde mi propia experiencia de lectura de esta novela y me sumo, desde luego, al elogio general. En efecto, también a mí Patria me ha parecido magnífica.
La historia que Aramburu presenta se puede sintetizar fácilmente: dos familias sencillas de un pueblo del País Vasco, íntimamente unidas durante muchos años, sufren una profunda transformación en su vida cotidiana, en sus sentimientos y en sus relaciones a partir de las amenazas por ETA a uno de los cabezas de familia, El Txato, asesinado después por la banda terrorista.
¿Por qué cautiva esta novela? Creo que, como suele pasar, la clave está en la conjunción de un buen estilo literario con el acierto en la trama y las cuestiones que ésta suscita al lector, en forma de reflexión, de sentimiento, o de ambos a la vez.
Un estilo literario que engancha
Cualquiera puede apreciar en Patria una novela bien escrita, dotada de un estilo ágil, espontáneo; hay naturalidad y vida en el lenguaje y la expresión.
Son ciento veinticinco capítulos cortos, encadenados como ráfagas en un hábil ir y venir por los diferentes espacios temporales de la vida de los protagonistas en los años más violentos del separatismo vasco.
Parte fundamental también de esa buena escritura es la singular forma en la que Aramburu va construyendo los diálogos. Es, para mí, uno de los recursos literarios más potentes de la novela.
Con gran soltura el novelista mezcla, sin solución de continuidad, conversaciones convencionales entre los personajes con momentos en que son éstos los que interpelan al autor, o al revés, es el autor el que perece interpelarles a ellos. Otras veces el recurso es incrustar soliloquios de los protagonistas. Y lugar aparte merecen los deliciosos diálogos unidireccionales, a pie de tumba, de Bittori con El Txato, el marido y honesto empresario euskaldun asesinado por ETA.
Una poderosa denuncia del efecto devastador de la ideología
Tales recursos sirven a la perfección para construir lo que el autor llama, en su cameo al estilo Hitchcock en el capítulo 109 de la novela, la derrota literaria de ETA.
Tal derrota se consuma por la experiencia del lector al comprobar, a través de las dos familias que protagonizan la novela, el efecto devastador, inhumano, que el fanatismo ideológico de ETA y su entorno ha tenido sobre las vidas y las relaciones humanas más cotidianas en Euskal Herria.
A partir de este planteamiento central, verificado por el lector página a página, escena a escena, pueden identificarse cuestiones de hondo calado humano: las relaciones conyugales, de padres e hijos y de los hermanos entre sí; la amistad; el odio y la compasión; la cobardía; la soledad y el sufrimiento silencioso; nuestra necesidad de perdón y reconciliación…
Son muchos los matices que van provocándonos un sentimiento más bien triste, pero muy real, sobre la condición humana y nuestra vulnerabilidad.
De todo ello, me ha llegado especialmente la radical mutación de las relaciones de amistad y afecto sincero como consecuencia de la asignación a las personas de etiquetas, nacidas de la abstracción. Son situaciones reales, dolorosas, que por desgracia se repiten en contextos muy diferentes del de la novela que comento. En ellas parece operar una extraña alquimia en la que los afectos nacidos de la experiencia humana -vida compartida- son sustituidos de manera radical por el desafecto o, aún peor, por el odio y la exclusión…
Lo que no me ha gustado de Patria
El reconocimiento del gran mérito de esta novela, apreciada en su conjunto, no quita que a mi juicio Patria tenga algunos aspectos criticables.
El primero de ellos es la forma en la que se presenta a los guardias civiles cada vez que aparecen en escena: chulescos, arrogantes y arbitrarios, torturadores por sistema. Creo que es una imagen falsa e injusta de la Guardia Civil, un cuerpo que, con carácter general y solo con muy lamentables excepciones, ha tenido y tiene un comportamiento honorable y heroico en su lucha contra el terrorismo y en la defensa de nuestra comunidad.
La hostilidad a la que ellos y sus familias están aún hoy día sometidos en algunas localidades del País Vasco y Navarra y su tributo de sangre -mencionando solo los atentados mortales, más de 200 guardias civiles fueron asesinados por ETA- les hace también merecedores de un trato muy diferente al que Patria nos ofrece.
Otro aspecto que me ha chirriado es la presentación en Patria de la experiencia religiosa. Es un tema importante y serio por sí mismo, imprescindible además para intentar entender la transformación que el pueblo vasco -de profunda raigambre católica- sufrió a partir de los años 60 del pasado siglo.
Me ha chocado, por ello, la grotesca caricatura de la fe de una de las protagonistas -Miren, la fanatizada madre del etarra Joxe Mari y la única que parece todavía creer en Dios-, capaz de rebajar hasta lo despreciable una dimensión que exige otro tipo de aproximación, al menos de mayor sensibilidad.
Poco ayuda también en este sentido la figura del cura del pueblo, Don Serapio, en el que Aramburu se ensaña con dureza para personificar la incuestionable complicidad de una parte significativa del clero vasco con ETA y su entorno.
Finalmente sobran también en Patria, a mi entender, los detalles innecesarios de las escenas de sexo heterosexual y homosexual, cuyo estilo morbosillo me ha recordado a las sagas de Ken Follet. O la banalización de ciertos valores que muchos consideramos indispensables para el desarrollo de una sociedad sana y cohesionada…
No me parece que estos aspectos de la novela, a mi juicio negativos, deban pasar desapercibidos en una lectura crítica. Pero al señalarlos aquí para nada pretendo empañar mi valoración de conjunto: Patria es una excelente novela que hacía mucha falta y cuya lectura, con las salvedades apuntadas, recomiendo.
Jaime Urcelay
(*) Colección Andanzas, Tusquets Editores, Barcelona, 2016, 646 págs.