A mi buen hermano Javier debo muchísimas cosas que están definitivamente escritas en el Libro de la Vida. Una de ellas, excelentes recomendaciones de libros, lo que por su parte no deja de ser una buena forma de ejercicio de la caridad para conmigo.
Su último consejo ha sido, por cierto, la novela «El despertar de la señorita Prim», de Natalia Sanmartín. Una gratísima sorpresa que desde su lectura no he dejado también yo de recomendar a todo el que se mueve.
Fue asimismo Javier quien me regaló el librito «Sendino se muere», del escritor y sacerdote Pablo d’Ors. Al coincidir con tiempos en que andaba yo peleando con un tema serio de salud, me advirtió: «el título no es precisamente ni oportuno ni motivador, pero es una joyita que debes leer sin falta».
De momento, aquello me pareció que tenía un punto de humor negro. La lectura de esta brevísima y original obra superó sin embargo cualquier expectativa y consiguió conmoverme profundamente. Me acercó un poquito más a Dios. Y la reflexión de que a veces es más importante y difícil dejarse ayudar por los otros que ayudar a otros, contemplada desde la experiencia de la doctora África Sendino, me pareció capaz de marcar un antes y un después en mi comprensión de la vida.
De Pablo d’Ors vino después, también por consejo de Javier, «El olvido de sí. Una aventura cristiana». Se trata de una profunda y completa biografía, narrada en primera persona, de Charles de Foucauld, un personaje increíble. Un gran libro, sin duda, pero, por lo que sea, no consiguió entusiasmarme.
En cualquier caso, Pablo d’Ors se había ya convertido para mí en un autor de referencia. Por eso cuando a través de la prensa supe de su iniciativa Amigos del Desierto y del éxito de su nuevo librito «Biografía del Silencio» tuve claro que había que ponerlo en la cola de las próximas lecturas.
Y tras diferentes vicisitudes, que no son del caso y a las que no han sido ajenas mi hija Ichi y sus buenas amistades, le llegó su esperado turno…
Termino ahora su lectura, que he tratado de hacer de manera pausada y con la mayor apertura espiritual e intelectual. Y termino con bastante desconcierto. Sí, no se me ocurre mejor manera de decirlo: desconcierto.
No soy en absoluto experto en Teología Espiritual, pero su propuesta de meditación me ha parecido -sin quererle quitar mérito- confusa, ambigua y, en ocasiones, contradictoria. Y, por encima de todo, me ha costado descubrir en ella el lugar de Dios-Trinidad y, en consecuencia, de la comprensión verdadera y más radical de mi propio ser y de mi propia existencia.
Eso no quita, sin embargo, que «Biografía del Silencio» sea una impactante llamada para el retorno al silencio y a la vida del espíritu, a lo más básico y elemental.
No quiere decir tampoco que no haya gozado con fragmentos que me han parecido especialmente luminosos. De ellos, me quedo, por ejemplo, con esta propuesta de ideal de vida; una verdadera delicia. Aparece ya casi al final y su frase conclusiva, con la que me siento muy identificado, ha servido como título para la presente entrada:
Por eso he decidido ponerme en pie y abrir los ojos. He decidido comer y beber con moderación, dormir lo necesario, escribir únicamente lo que contribuya a hacer mejores a quienes me lean, abstenerme de la codicia y no compararme con mis semejantes. También he decidido regar mis plantas y cuidar de un animal. Visitaré a los enfermos, conversaré con los solitarios y no dejaré mucho tiempo sin jugar con algún niño. De igual modo he decidido recitar mis oraciones todos los días, postrarme varias veces ante lo que considero sagrado, celebrar la eucaristía: escuchar la Palabra, partir el pan y repartir el vino, dar la paz. Cantar al unísono. Y pasear, que para mí es fundamental. Y encender la chimenea, lo que también es fundamental. Y hacer la compra sin prisa; saludar a los vecinos, aunque no me guste su cara; llevar un diario; llamar regularmente por teléfono a mis amigos y hermanos. Y hacer excursiones, y bañarme en el mar al menos una vez al año, y leer solo buenos libros, o releer los que me han gustado.
La meditación -¿o debería decir simplemente la madurez?- me ha enseñado a apreciar lo ordinario, lo elemental. Viviré por ello desde la ética de la atención y del cuidado. Y llegaré así a una feliz ancianidad, desde donde contemplaré, humilde y orgulloso a un tiempo, el pequeño y gran huerto que he cultivado. La vida como culto, cultura y cultivo.
Jaime Urcelay
(La fotografía de la parte superior es de Icíar Urcelay)