«Vida oculta» (A Hidden Life, EEUU, 2019), ahora en las carteleras españolas, es una película muy especial de un director y guionista, Terrence Malick («Días de gloria», «La delgada línea roja», «El Árbol de la Vida»…), no menos peculiar. Nada que ver con lo convencional.
Por eso, atreverse con esta larguísima cinta -casi tres horas- requiere ir a la sala de cine con una disposición diferente de la habitual. Así me lo presentó mi hija Ichi, cuya sensibilidad quedó confirmada una vez más. La agradezco inmensamente su insistencia; pocas veces me ha conmovido con tanta hondura una película.
¿Y cuál es esa disposición previa? Como Ichi me dijo, ir a ver «Vida oculta» abierto a dejarse envolver por una belleza poco común y a ser interrogado suavemente respecto a algunas de las cuestiones más esenciales sobre la vida y nuestra condición humana. No es poco, es verdad; pero la experiencia merece la pena.

En un tiempo en el que pareciera que la apelación a la moral es algo represivo y reaccionario, Steven Spielberg nos propone en El puente de los espías (2015) una bien trabada parábola sobre la integridad personal y la fidelidad a la conciencia más allá de cualquier adversidad.