«Vida oculta», de Terrence Malick: cine para contemplar y meditar

«Vida oculta» (A Hidden Life, EEUU, 2019), ahora en las carteleras españolas, es una película muy especial de un director y guionista, Terrence Malick («Días de gloria», «La delgada línea roja», «El Árbol de la Vida»…), no menos peculiar. Nada que ver con lo convencional.

Por eso, atreverse con esta larguísima cinta -casi tres horas- requiere ir a la sala de cine con una disposición diferente de la habitual. Así me lo presentó mi hija Ichi, cuya sensibilidad quedó confirmada una vez más. La agradezco inmensamente su insistencia; pocas veces me ha conmovido con tanta hondura una película.

¿Y cuál es esa disposición previa?  Como Ichi me dijo, ir a ver «Vida oculta» abierto a dejarse envolver por una belleza poco común y a ser interrogado suavemente respecto a algunas de las cuestiones más esenciales sobre la vida y nuestra condición humana. No es poco, es verdad; pero la experiencia merece la pena.

La historia real del sacrificio de Franz Jägerstätter y su familia

«Vida oculta» narra la historia real del hoy beato Franz Jägerstätter, un campesino católico austriaco que, llamado a filas por el III Reich, se negó, por razones de conciencia, a prestar el obligatorio juramento de fidelidad a Hitler.

Este relato sirve de eje conductor a una recreación de la sencilla cotidianiedad de Franz (August Diehl) , su mujer Fanziska (Valerie Pachner) y sus tres hijas, en su pequeña aldea de la montaña austríaca. La vida discurre para ellos con dureza y precariedad, pero con unas posibilidades de significado en las que se descubre fácilmente la felicidad y la alegría que proporcionan un trabajo con sentido, el arraigo y la unión con la naturaleza, los vínculos sociales y los ritos y las celebraciones colectivas.

Ese transcurrir de la vida va apuntando también una matizada y bellísima presentación de la esencia del amor esponsal, a través de la relación de Franz y Fani, y de lo que construye un hogar, en su sentido más profundo. Un mundo en el que poco a poco irrumpe, con todo su dramatismo, la decisión del protagonista de sacrificarse por fidelidad a su conciencia: es preferible sufrir una injusticia que cometerla.

Y con su sacrificio llega la tragedia, que da pie a ese suave interrogatorio hacia el espectador, al que antes me refería, sobre cuestiones vitales: el problema del mal y el sufrimiento, la acción de Dios sobre nuestras vidas y la realidad de la Gracia, el valor de la conciencia, el significado y la trascendencia del sacrificio personal, el perdón, la fragilidad de nuestra condición humana y de las relaciones entre nosotros, el origen de la mezquindad moral…

Las escenas de la labranza y con los animales de granja son uno de los aspectos que dan más autenticidad y plasticidad a «Vida oculta».

«Vida oculta», una catedral de los sentidos

El reclamo de la película en el cartel elegido para España y que acompaña estas líneas, reza así: El cine en su máxima expresión. Una película que te envuelve, como una catedral de los sentidos.

Es verdad. Eso es lo que se vive, segundo a segundo (¡a mí no me sobró ninguno!), en una película que si por algo llama la atención es por la calidad y la originalidad de su fotografía , su ritmo sereno y unos paisajes naturales sublimes, en  los que Malick derrocha la creatividad de su repertorio de recursos artísticos y técnicos.

Esta catedral de los sentidos se completa con una notable y bien aprovechada banda sonora -en su mayor parte, procedente de piezas clásicas- y un prodigioso juego con la asincronía de los diálogos y las voces en off, que terminan de envolvernos, invitarnos a la meditación y provocar en nosotros la tensión dramática que la historia del campesino  Franz Jägerstätter y su mujer requieren.

Sin ñoñerías, «Vida oculta» refleja bien el lugar de la experiencia y el rito religiosos en el mundo rural.

El complejo papel de la Iglesia Católica en la vorágine del régimen nazi

No quiero dejar de mencionar este aspecto puntual de «Vida oculta», que puede causar una cierta incomodidad a los católicos fieles.  Ciertamente hay en la narración de Malick gestos positivos de quienes representan a la Iglesia, más allá del testimonio de total coherencia del protagonista con la fe que practica y sus detalles de delicada caridad. Otros gestos en cambio son negativos y no falta la ambigüedad en algunas situaciones.

Personalmente me ha interesado mucho en los últimos años la resistencia cristiana al régimen nazi, sobre la que he tratado de leer todo lo que ha caído en mis manos. Se trata, desde luego, de una cuestión difícil y compleja, en la que hay zonas muy luminosas (ante todo, los mártires, y, del lado de la jerarquía, la inmensa figura del Cardenal Von Galen, que, a través de una voz en off, se asoma a nuestra película) pero también zonas oscuras, como la de concretos obispos que colaboraron abiertamente con el régimen nazi, por miedo o por las consabidas y calculadas componendas y pese a la condena de la Iglesia y la persecución de la que ésta fue objeto.

La escena de la conversación entre Franz y el presidente del tribunal que le juzga, es uno de los momentos impactantes de «Vida oculta». El breve diálogo da buena idea de la calidad del espíritu del ya beato Franz Jägerstätter. El general (Bruno Ganz), como Pilatos ante Cristo, no sabe qué hacer con la verdad.

No creo, en fin, que el tema esté mal tratado en «Vida oculta» o, al menos, queda lo suficientemente abierto como para que sea posible una interpretación realista,  coherente también con la realidad histórica y la situación vivida por los católicos bajo el III Reich.

El último mensaje de «Vida oculta»

Muchos son los interrogantes de fondo con los que Malick va provocando al espectador a lo largo de la lenta pero intensa cadencia de los 173 minutos de película. Hay no obstante un tema que se transmite con fuerza desde casi el principio y que nos golpea especialmente: la inutilidad del sacrificio de Franz.

Quizá ese es uno de los temas más difíciles de la propuesta de «Vida oculta», que en algunos momentos recuerda a la polémica «Silencio» de Martin Scorcese.

Un evocador texto de la escritora británica George Eliot, aporta, justo al terminar la película, la clave necesaria, desvelando también el significado profundo del título de la cinta:

…que el bien crezca en el mundo depende en parte de actos que nada tienen de históricos; y que las cosas no nos vayan ahora tan mal como podrían irnos se debe en buena parte a quienes vivieron fielmente una vida oculta y descansan en tumbas que nadie visita.

No os la perdáis.

Jaime Urcelay

Adenda 16/03/2020.- Después de escribir esta entrada sobre «Vida oculta» he leído un inspiradísimo comentario sobre la película en Democresía, escrito por Isaac Martín («Una vida oculta: la muerte como entrega total»). De lectura muy recomendable. Me ha gustado también la nota escrita por Enrique García-Maíquez en Nueva Revista («Vida oculta, conciencia pública»).

 

 

 

 

 

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