Ha llegado el momento de rebelarse contra la dictadura del ruido que intenta hacer pedazos nuestro corazón y nuestra inteligencia. Una sociedad ruidosa es un triste decorado de cartón piedra, un mundo sin consistencia, una huida inmadura. Una Iglesia ruidosa acabará siendo fútil, infiel y peligrosa (pág. 275).
Este es uno de los párrafos fuertes del Epílogo que el Cardenal Robert Sarah (Guinea-Conakri, 1945) escribe al final de su libro La fuerza del silencio. Frente a la dictadura del miedo (*), presentado con el formato de un diálogo con el periodista francés Nicolás Diat.
Sí, un libro que es una llamada en toda regla a una rebelión, que en realidad no consiste nada más -y nada menos- que en el retorno a lo esencial. Precisamente lo que resulta más a contracorriente respecto a una postmodernidad que ha prescindido de Dios, sustituyéndole por el hombre:
Hay un tiempo para la acción humana, tantas veces incierta, y un tiempo para el silencio en Dios, siempre victorioso. Yo no creo en la rebelión ideológica ruidosa y reivindicativa, sino en la fecundidad del silencio. La oración y el silencio salvarán al mundo (pág. 190).
Es el libro de Sarah, al cabo, una de esas obras con personalidad diferencial, que nos sorprenden por su capacidad de proponernos una novedad. Y lo importante es que en este caso lo que se nos brinda para el descubrimiento es la novedad absoluta para nuestra vida.
La fuerza del silencio es en este sentido una invitación -serena, profunda- a descubrir el silencio como el espacio idóneo para nuestro encuentro con Dios, desde la premisa de que el lenguaje de Dios es el silencio y porque Dios desaparece en medio del ruido…

Cardenal Robert Sarah (Guinea-Conakry, 1945), actual Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Es autor de dos libros muy recomendables: Dios o Nada y La fuerza del silencio, al que está dedicado este comentario.
El silencio, el misterio y lo sagrado
Las páginas del libro proponen también recuperar el misterio y lo sagrado como centro del encuentro del infinito de la divinidad con lo finito de nuestra humanidad, en la que sin embargo está también la huella de la divinidad y de la vida eterna.
Silencio y misterio de lo sagrado que no hay que buscar en exterior, sino que moran en el interior de nuestro corazón.
Mucho, en fin, que rumiar y, sobre todo, que llevar a la oración de esta excelente recopilación de pensamientos acerca de Dios y del silencio, que bebe de la espiritualidad cartujana -de hecho, uno de los capítulos es un diálogo en la Grande Chartreuse– y que está escrita con la conmovedora humildad de quien reconoce que no es capaz sino de balbucear ante este gran misterio.
Firmes en la humildad
Comparto, para acabar, un pensamiento del Cardenal Sarah que me ha sacudido especialmente:
Pienso también en las guerras libradas por la calumnia y la difamación. La palabra puede asesinar, el lenguaje puede matar, pero Dios nos educa en el perdón. Nos enseña a orar por nuestros enemigos. Rodea nuestro corazón de un cerco de ternura para evitar que lo manche el rencor. Y murmura sin cesar: «Los discípulos de mi Hijo bien amado no tienen enemigos. Tampoco su corazón ha de tener enemigos». Hablo por propia experiencia. He vivido un doloroso asesinato de manos de la calumnia, la difamación y la humillación pública, y he aprendido que, cuando una persona decide destruirte, no le hacen falta palabras, ni saña, ni hipocresía: la mentira tiene un inmenso poder a la hora de elaborar argumentos, pruebas y falsas verdades. Cuando ese comportamiento procede de hombres de Iglesia y, en especial, de obispos ambiciosos y falsos, el dolor es aún más profundo. Pero los hombres miran las apariencias y Dios mira al corazón (1 S 16,7). Tengamos en cuenta únicamente su mirada y conservemos la calma y el silencio, pidiendo la gracia de que no nos invada el rencor, el odio y los sentimientos mezquinos. Mantengámonos firmes en el amor a Dios y a su Iglesia, firmes en la humildad (págs. 181 y 182).
Jaime Urcelay
(*) Ediciones Palabra, Madrid, 2017 (3ª edición), 284 págs.