“Educar e instruir son dos cosas muy diversas. La educación se refiere a todo el hombre; la instrucción sólo a su inteligencia. (…) El educador desenvuelve todas las facultades del hombre, no sólo el entendimiento, sino la memoria y la voluntad, el sentimiento y la imaginación. Y, en el orden físico, el organismo”.
Esta reflexión del P. Ángel Ayala sitúa el problema de la educación en dos de sus coordenadas más decisivas y a la vez, paradójicamente, más olvidadas: primera, la educación comprende necesariamente la educación moral; segunda, la educación es un proceso abierto que desborda el ámbito de la familia y la escuela y que se ve influido por todo lo que rodea a la persona a lo largo de su camino por esta vida. O dicho de otro modo, todo educa.