
Levantado ya el confinamiento de la pandemia, he podido volver estos días a Poza de la Sal y recorrer otra vez los campos y el paisaje que llevo grabados en el alma.
De ellos, siempre tuve preferencia por el valle de las salinas. En los años de mi infancia y adolescencia -los 60 y primeros 70- era una increíble mezcla del esplendor de la naturaleza con el espectáculo, verdaderamente evocador, de la ruina del granjerío para la explotación de la sal, que por aquel entonces se abandonaba. Aquello colmaba nuestra curiosidad y capacidad de asombro.
Sigue leyendo