Hasta cierto punto ha pasado desapercibida en los medios de comunicación españoles la celebración, los pasados días 22 y 23 de septiembre, de la Cumbre del Futuro de Naciones Unidas. Su trascendencia no es sin embargo desdeñable, dado que la aprobación de su documento final representa una importante “vuelta de rosca” para el avance de la agenda globalista, cuya expresión más representativa es la cosmovisión ética contenida en la famosa Agenda 2030.
Se me escapan las razones de esa escasa atención de los medios, aunque tengo la impresión de que es parte de una estrategia que sistemáticamente evita el debate y el contraste de pareceres en la opinión pública en los asuntos verdaderamente importantes en términos culturales. Y este sin duda lo es, ya que, en definitiva, la aprobación del documento final de la Cumbre del Futuro es otro paso significativo en el diseño e imposición, desde Naciones Unidas y “otras instituciones multilaterales”, de una nueva civilización que “liberará a la raza humana” (sic) de los actuales males y amenazas de todo tipo. Los pretextos ya los conocemos: las grandes transformaciones que están teniendo lugar en el mundo y, cómo no, el catastrofismo climático, cada vez más elevado de tono.
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